Doc. nº: C002
Esta documentación, que amplía la ya ofrecida en el web, permanecerá en exposición temporal: del 17-9-10 al 3-12-10. Posteriormente ocupará plaza de apéndice en su lugar correspondiente (Sección C, apéndices). Documentación e imágenes realizadas y publicadas por el último recopilador, J. S. Valverde, en la edición de referencia. Lo reproducido –que amplia con generosidad la parte ya internetizada aun sin dejar de ser un resumen– refleja fielmente lo que su anónimo autor dató a 1 de enero de 1951. |
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C3.5:
- "Fig. 80". Lastra pintada [pieza exenta] de 140 x 97 x 30 mm. La figura quebrada [se completa con otra ave, visible a la derecha del calco inferior], describe una flecha usada como palo de brocheta, en la que se distinguen varias aves ensartadas (¿patos, torcaces… ?), alternadas con frutos u hortalizas (¿peras, nabos… ?), presumiblemente aún no cocinadas.
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C3.6: - "Fig. 74". Lastra pintada [pieza exenta] de 240 x 185 x 59 mm. La representación subsistida en esta pieza era complementaria de una escena de mayor vastedad, colindante con la "fig. 75". La figura humana es la de un inédito cocinero-cazador, cuyo arco y flechas no han sido soltados a pesar de que, con la mano izquierda, acciona el mango de un "avanzado" espetón, en el que, convenientemente ensartado, se cuece un jabalí entero. Las menos precisas, pero intuibles trazas de fuego o de humo, nuevamente constituyen una figuración inédita, si exceptuamos su precisa representación en el testimonio nº 2 [Gasterópodo inciso, designado como "C2" de esta misma Sección]. No resulta identificable el minúsculo fragmento o mancha de pintura de la parte superior, ni cotejándolo con los otros restos de las lastras exentas, ni en relación con las figuras todavía parietales. |
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C3.7: - "Fig. 75". Lastra pintada [pieza exenta] de 336 x 195 x 70 mm. La escena representada exhibe un inusual servicio, realizado por tres portadores o siervos (los penes especifican su condición masculina) que, en evidente carrera, conducen sus viandas hacia un cazador o jefe que les atiende recostado. Los dos primeros sujetan sendas bandejas sobre sus cabezas. En el primer recipiente se posa la cabeza de un alcónido o águila, al parecer de mayor proporción que el cuerpo de la misma, que, ya rustido, es portado en la bandeja de la figura segunda. El tercer corredor exhibe en su cabeza y manos unos bien perfilados juegos de plumas. La figura expectante yace sobre un preclaro y sorprendente triclinio, cuya inclinación es favorecida por la distinta dimensión de dos enormes cefalópodos ammonoideos, semejantes a los de las "figs. 76 y 79". |
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Del "Anexo 1": |
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Sector A: - "Fig. 76" [y calco] · Superficie de la escena, 60 x 57 mm. Emplazada en el centro del covacho [¿?] a 800 mm del pavimento. · Estado de conservación deficiente. · Descripción: mano humana extendida hacia dos grandes gasterópodos fósiles. |
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Sector B: - "Fig. 77" [y calco] · Superficie de la escena, 130 x 160 mm. Situada a 185 mm, en oblicuidad inferior izquierda, de A. · Estado de conservación deficiente. · Descripción: jabalí en aparente huida. A su derecha, a unos 80 mm, figura un supuesto cazador con una punta de palo o flecha. |
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Sector C: - "Fig. 79" [y calco] · Superficie de la escena, 37 x 20 mm. Situado a 160 mm, en perpendicularidad inferior derecha, de B. · Estado de conservación bueno. · Descripción: dos patas o jamones de jabalí penden, atravesadas por un palo, secándose ¿o ahumándose?. Complemento [correspondería a un sector D]: Superficie de la escena, 50 x 17 mm, situado a 80 mm, por el margen inferior derecho, de C. · Estado de conservación deficiente. · Descripción: tres grandes gasterópodos. |
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De la "Génesis testimonial": |
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Del "Apéndice 3" ["2" extraviado]: Fig. sin numeración. Muestra el entorno del friso que alberga las pinturas reseñadas, visible en la señalación 'b'. Por encima de ellas, a unos 28 m del borde, junto a la roca señalada como 'a', se recuperó otro fósil de caracol gigante, adoptado como vestigio adicional [C3.8]. (Ver fig. 84). |
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C3.8 [vestigio adicional]: - "Fig. 84": Gasterópodo ammonoideo (¿lewesiceras sharpei?), fragmento del molde interno, 310 x 80 x 110 mm. La fotografía lo documenta tras haberlo desincrustado del molde externo. |
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[Documentación comparativa] - "Fig. 74 y 75" [fragmentos]: detalles de dos de las figuras humanas presentes entre nuestras pinturas, válidos como ejemplos comparativos de otras figuras del estilo denominado "arte rupestre levantino". Véase fig. 85, 86, 87. |
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De "Anexos. Documentación comparativa": |
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Considerada la extensión de los textos que justifican y preceden lo expuesto, y que todos ellos abordan la totalidad de los vestigios que constituyen el Legado del Maestrazgo, tan sólo reproduciremos los pasajes pertinentes a la documentación que afecta a los tres vestigios ahora protagonistas, especialmente aquellos fragmentos que aclaran su azarosa proveniencia. |
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[De la] Génesis testimonial Llegué a S., en el Bajo Maestrazgo castellonense, poco después de [… 1940], para ocupar la plaza de Licenciado asistente en Farmacia [...] el contacto con las serranías circundantes, y el inmediato descubrimiento de cuanto se alojaba en ellas, fue conciliándome con la casi totalidad de las gentes. Los fáciles y llamativos hallazgos del universo fósil alojado por doquier [fig. 47] mudaron el rutinario asueto en una actividad apasionada […]. Sabida mi afición y creciente amasijo de «pedruscos», comenzaron a lloverme ofertas […]. Casi fue necesario un bando para que la botica no se convirtiera en mercadillo pétreo […]. Paralelamente a mis inicios paleontológicos, tuve conocimiento y pude apreciar el vecino arte de los por aquí impropiamente llamados cavernícolas, [...] // Transcurrido un año o año y medio [...] cayó en mis manos lo que, en breve, terminó por ser nuestro Testimonio nº 5 [C3.5], es decir, una pequeña pintura sobre un pedazo de piedra. Pero aquí las cosas toman un cariz que requiere mayor detalle, puesto que, como se verá, concurren algunos elementos al parecer penalizables, y sólo querría pechar con la precisa parte de responsabilidad que me corresponde [...]. El 23 de Octubre de 1943, Z., me obsequió la loseta ya citada proponiéndome que «si le interesa colaborar en establecer el valor real de otros cuadros parecidos podrá elegir entre alguno más grande». Tras disuadirle que desprendiera esos «cuadros» de su pared natural, y aclararle que su importancia podría ser más histórica que venal, acordamos visitar [...] el risco del abrigo que contiene las pinturas. A medida que subíamos, aumentaban sus preguntas sobre la edad, significación e importancia no económica que podrían tener las pinturas, así como sobre la abundancia de caracoles petrificados que, le habían dicho, que coleccionaba. [...] Delante de las pinturas, que declaró haber lavado esa misma mañana, resultaba difícil medir cuál de los dos quedó más sorprendido, puesto que yo hilvane una retahíla de tacos, lo cual, más las espontáneas conclusiones, lo intranquilizaron: «¿qué quiere decir con increíble…?» [...] (le avisé del tipo de pretensiones que demuestran los prehistoriadores) y decidimos actuar con cautela […] «y, si las pinturas no se pueden vender, lo único que interesa es reservarme plaza de guía que, como a mi coetáneo de Tírig (el antes campesino Serafí) eso me reportará mayor respetabilidad y, por qué no, algún dinerillo extra». En un par de semanas dibujamos un borrador de la totalidad de las pinturas. Con calma y la convenida cautela, comencé a requerir los servicios del citado Serafí para que, mientras visitábamos repetidamente las pinturas de la Valltorta, irme aproximando al modus operandi de los prehistoriadores a quienes él daba asistencia. De sopetón, Serafí se cerró en banda y pasticheó excusas para no acompañarme más; hasta terminar confesando que recibió esas indicaciones y que: «si quiere visitar de nuevo las covachas deberá solicitar permiso escrito a la comisión» [...] tras la «coincidente» y amistosa advertencia que vino a dirigirme la pareja de la «benemérita», deseché el proyecto de investigar junto a Z. algunas nuevas cobachas de dicha zona […]. Al tiempo que repetía algunos calcos con mayor fidelidad y realizaba varias copias, completando los datos pertinentes, se evidenciaba que «nuestras» pinturas resultan tan buenas, e incluso más, que las que merecían tanto crédito, […] Después de convenirlo con Z., Serafí aceptó interesar a «sus» expertos en nuestro material; tras procurarle una documentación, ya entendido mi interés, se comprometió a impulsar la cuestión como si fuera una causa vital. […] Trascurridas varias semanas sin noticias, Z. comenzó a no ocultar su nerviosismo, incluso recelando de mí. Por fin llegaron a la botica; se presentaron como M. P. y P. B. Traían nuestra documentación en una carpeta y solicitaron pomposamente ver los originales. Inquirí sobre su opinión. La respuesta —como quien transmite el parecer del más allá— resultaba desalentadora: «¡Seguramente falsas!» […]. A pesar de lo cual, en la fecha convenida, visitamos conjuntamente las pinturas (el rodeo entre los riscos y bancales de aliagas, decidido por Z. para despistarles, fue seguramente inútil, pero antológico). Realizaron diferentes calcos, anotando todo tipo de detalles [... ya] nos notificarían el dictamen de la comisión […]. Pero por idéntica deducción ¿no serían también falaces mis otros vestigios? ¡Por supuesto que no era concebible que pudieran llegarme «tantos vestigios falsos» y, además, provenientes de distintas fuentes! En cualquier caso, estaba claro que la singularidad de esas piezas aumentaba su valor intrínseco [... y] adelantaban la fecha de tantas invenciones y comportamientos […]. Más o menos eso fue lo que vino a decir Joan B. P., cuando, tras empaparse en nuestro tema, confeso su «positiva perplejidad». Joan fue colaborador inicial de los «viejos santones extranjeros» mandados desde Madrid para el estudio de la Valltorta, pero, como castellonense (pintor y arqueólogo aficionado, que conseguía actuar con encomiable libertad), conocía como nadie el tema de la Cueva Remigia y se le reconocía el descubrimiento del abrigo de La Gasulla. «Lo peor, venía a añadir, es que casi todos mis colegas rechazan la credibilidad de vuestras pinturas, como rechazarían la autenticidad de tus otros vestigios prehistóricos, porque desbordan sus esquemas… ¿Quizá dentro de un tiempo?» [...]. Z. no quiso ni podía comprenderlo, tampoco se tranquilizaba ni acepta los durillos que le ofrecíamos para que la espera fuera más serena. Amenazó, entre dientes, con prenderle fuego a todo. Creimos convencerle de que no actuase en modo alguno y acordamos cubrir el asunto con un suave velo de barro y silencio. Z. se nos adelantó […] y cuando subimos con Joan para tapar «los cuadros», nos encontramos con que él ya había desprendido dos losetas con las escenas más importantes; «quería que ustedes pudiesen guardar las que tanto les gustaban». Aceptado el irremediable daño, y ante la rotunda negativa de Joan —que se jugaba su prestigio—, decidimos que sería yo el que las custodiara. Cubrimos las demás pinturas con barrillo […]. En el transcurso de los meses, con el talante más sereno y con la inestimable colaboración del amigo Joan, replanteamos parte de la documentación para que, algún día, puediera ser legada a la institución que más la apreciase. «Mientras, según Joan, mejor no ventilar el asunto» […]. Nuestro querido Z. dejó este mundo sin comprender por qué no pudo ser guía «hasta de gente que no hablara valenciano» […]. Al poner mi propia farmacia en T., rompí el cordón umbilical con esas sierras, esa batalla, con nuevos hallazgos o nuevas ofertas […]. T., a 1 de Enero de 1951 > a Vitrina |
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